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El último trimestre de este año 2006 llega con una serie de noticias que sólo pueden ser calificadas como positivas. Como verán, buena parte de los contenidos de este número están centrados en resoluciones judiciales y administrativas que cortan las alas a diversas iniciativas y conocidos personajes del mundo pseudocientífico. La que se lleva la parte del león en cuanto a contenidos, es sin duda la sentencia relativa al caso Bélmez, de la que se hace un extenso comentario en la sección de inéditos, al tiempo que se recogen los comentarios de uno de los más entrañables y surrealistas componentes del maguferío patrio al respecto. Bruno Cardeñosa vuelve a demostrar que, al igual que en lo que en cuestiones científicas, su absoluta ignorancia en materia jurídica no le impide pontificar y, consecuentemente, hacer el ridículo ante el respetable. Los suscriptores veteranos recordarán sin duda que hace unos dos años, más o menos por estas fechas, salió un número especial de este boletín, centrado en el asunto de las caras de Bélmez ( y que pueden consultar aquí); veinticuatro meses después, la justicia se ha pronunciado en unos términos bien distintos a los que los artífices de aquella trapisonda de la que se hablaba en ese especial, hubieran deseado. En segundo lugar, la justicia estadounidense se encarga de dejar para el arrastre un invento español que causó furor en los años ochenta: las pulseras magnéticas. Aquellos adornos rematados con una bolita a cada extremo, fueron la panacea a la que se agarraron multitud de personas en aquellos años, porque resultaban buenas para todo. Ni los anillos mágicos de Tolkien, vamos. Sin embargo, cuando en nuestro país la fiebre ha pasado ha mucho, Estados Unidos seguía siendo un mercado apetecible, donde el producto parecía campar libremente, hasta una resolución que ha recordado que la pulserita se ha vendido promocionando unas virtudes que no tenía, lo que suponía un fraude a los consumidores. Los productores españoles han intentado marcar las distancias con sus homólogos yanquis, pero esto tiene toda la pinta de ser el último clavo del ataúd de un invento que, al menos por estos barrios, ya estaba un poco muerto. Y de milagrerías de antaño a milagrerías del siglo veintiuno, porque Enrique Meléndez-Hevia y sus factores uno y dos han recibido otro nuevo revés, en forma de multa que, si bien no es económicamente muy sustanciosa, sí es un toque de atención para quienes ciega y acríticamente ponen su salud en riesgo en nombre de unos pretendidos criterios estéticos, amén de un recordatorio de lo que, desde hace más de dos años, se ha dicho por parte de la comunidad científica tinerfeña: Meléndez-Hevia no ha cumplido ninguna de las reglas básicas en materia de investigación y experimentación. Sin abandonar Canarias, el congreso ibérico de Egiptología, celebrado durante el mes pasado en La Laguna, tuvo ocasión de escuchar las palabras del Profesor Tejera Gaspar acerca de las pirámides de Güímar, conocido negocio con base pseudohistórica que, a guisa de parque temático, intenta conectar las culturas prehispánicas con el Egipto faraónico y la Mesoamérica maya, haciendo oídos sordos al hecho de que, las pretendidas pirámides no sean sino unos bonitos majanos décimo nónicos, de los que se conoce hasta la identidad de su autor. No les extrañe que, en estos cuatro casos, los artífices de los respectivos inventos intenten gritar más alto para apagar las afirmaciones y pruebas en contrario. Después de todo, como decía el sabio, el negocio es el negocio.
2006-10-10 18:04 | Enlace
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